sábado, 12 de diciembre de 2009

La herencia de Benedetti escapa al paréntesis de la vida




Inmerso en los últimos parciales del año dejé de lado la escritura y eso pudo notarse en el descenso del ritmo de actualizaciones del blog. La verdad es que me gustaría sentarme a producir cosas nuevas e interesantes, sobretodo porque tengo varios proyectos en mente, pero como hace ya mucho tiempo que no subo nada me puse a buscar textos viejos. Revisando encontré una entrevista que le hice a otra estudiante de Biología en la que hablamos sobre el escritor uruguayo Mario Benedetti. La charla fue posterior a su fallecimiento, y justamente respondía a una consigna de hacer una entrevista con una persona cualquiera que hubiera leído algo del autor. ¿Qué más relacionado con Ciudad Universitaria que esta charla con otra bióloga? La verdad es que cuando la releí me parece muy pobre, pero también es cierto que nunca me gustan mis textos cuando los vuelvo a leer. Por eso decidí subirlos y dejar que ustedes juzguen, esperando la semana que viene, cuando espero poder subir nuevas historias.

La puerta del ascensor se abre con un chirrido que quiebra el silencio reinante en el cuarto piso de Ciudad Universitaria, sede emblemática de la Universidad de Buenos Aires, para darle paso a Joana Pivoz Avedikian, de 22 años y estudiante de Biología.
Vestida aún con el uniforme del equipo de handball de la facultad, cuyo entrenamiento acaba de finalizar, se ata con una colita el pelo rubio mientras se acerca a la mesa.
Una vez sentada, abre la mochila para sacar y luego apoyar La Tregua (1960), novela del escritor uruguayo Mario Benedetti, quien pasó a la inmortalidad el 17 de mayo, a los 88 años, en Montevideo.

-¿Por qué La Tregua?

-Es lo primero que leí de Benedetti, porque tuve que hacerlo en el secundario. Al principio lo leí rápido, sólo para poder dar el examen, y la verdad es que no me atrapó. Sin embargo, como acostumbro darle segundas oportunidades a los libros que leí en el colegio, lo volví a leer y fue totalmente diferente.

-¿Qué fue lo que cambió?

-Para empezar, el libro me gustó mucho, cosa que no me había pasado antes y aparte me marcó el tema de la rutina. Hizo que me diera cuanta de que puedo pasar mi vida haciendo cosas para los demás y que cuando encuentre lo que me haga feliz puede ser muy tarde. Es triste, pero le puede pasar a cualquiera.

-¿Fue después de leer La Tregua que buscaste otros textos de Benedetti?

-Si, fue así. Apenas terminé de leer La Tregua busqué en Internet poemas suyos y, como además trabajé en una librería, en mis ratos libres solía agarrar algún libro y leerlo. Creo que autores como Benedetti, Bioy Casares y Jorge Luis Borges son íconos que deben ser leídos por lo menos una vez en la vida.

Joana hace una pausa para disculparse por haber venido directo desde el entrenamiento y cuenta que, tras el fallecimiento del autor de Gracias por el Fuego (1965) y Poemas de la Oficina (1956), recibió un mail que, a modo de homenaje, incluía el poema Te Quiero.

-Ya conocía el poema, pero esta vez me llegó en una situación personal difícil. Es increíble como lo que escribe otra persona puede reflotarte cuando más lo necesitás. Aunque también puede hundirte.

-¿Te sorprendió la noticia de de su muerte?

-¡Claro que me sorprendió! La verdad es que no estaba al tanto de su estado de salud y cuando me enteré no lo podía creer. No puedo decir que me puso triste, pero sí me dio mucha pena porque es una enorme pérdida para el mundo de la cultura.

-¿Qué le dirías a alguien que nunca leyó algo de Benedetti?

-Sin dudas le recomendaría a esa persona que no deje pasar la oportunidad de leer algo suyo porque considero que sus obras son un clásico que no pueden obviarse. Puede no gustarte, pero sólo lo sabrás después de haberlo leído. A mí me sorprendió como escritor porque no conocía la calidad de sus textos.

Más de 80 escritos que abarcan todos los géneros literarios componen la obra personal del autor que integró la denominada generación del ’45 junto a Jorge Luis Borges, entre otros. Su profunda redacción y su genuino pensamiento influyen sobre jóvenes y no tan jóvenes que nutren su constante crecimiento personal con las ideas de este uruguayo.
Para Benedetti, confeso ateo, la vida era un paréntesis entre dos nadas aunque Joana, como tantos otros, disiente cuando asegura que lo que él dejó no podrá jamás quedar en la nada.

martes, 1 de diciembre de 2009

Sófocles el conocedor





“¿Quién dijo que el conocimiento no ocupa lugar?”, se preguntó de forma retórica, aunque tampoco había nadie para responderle. Estaba solo, como de costumbre. La lluvia repiqueteaba contra las ventanas de la biblioteca silenciosa, despoblada y sumida en un sigilo profundo sólo interrumpido por los truenos que parecían quebrar el cielo. Eran la once de la noche y la facultad dormía mientras en sus entrañas él seguía con su vigilia permanente, estudiando sin descanso.

Algunos lo tildaban de egocéntrico porque vivía mirándose el ombligo, literalmente. Lo que esas personas desconocían era que su condición no era facultativa, sino más bien obligada. El peso de su cabeza había vencido la resistencia de sus vértebras cervicales y su cuello pendía flácido hacia delante, incapaz de alzar el cráneo. Podía sentir cómo su pera entraba en contacto con el esternón; cada nuevo concepto aprendido hincaba más su mentón, que amenazaba con atravesarle el pecho y le producía un dolor ya casi intolerable.

El saber acumulado era tanto que los libros debían estar sobre su regazo para poder ser leídos. La alternativa era apoyar los textos sobre la mesa y alzar la vista, pero la posición se tornaba cansadora tras varios minutos de lectura sostenida y él necesitaba leer por tiempos prolongados, había mucho más por conocer aún.

Su cabeza estaba llena de conocimientos que sin duda ocupaban lugar. Rara vez se lo veía caminando por los pasillos de la universidad, arrastrando los pies y pegado contra la pared para no chocar con alguien, dada su incapacidad de mirar hacia el frente. Nunca se lo vio hacer uso de todo lo que aprendió, aplicar algo de lo mucho que conocía. Quizás si hubiera volcado algo de todo ese saber en un trabajo, el lastre habría disminuido y el final de la historia sería otro.

A mediados de este año, personal de limpieza lo encontró en su posición habitual, con la cabeza colgando hacia abajo y con un libro en las piernas, pero con los ojos cerrados y los brazos inmóviles a los costados del cuerpo. Algunos comentan que tenía más de dos días en esa posición, pero que nadie notó algo fuera de lo normal.

No tenía amigos y si bien todos lo conocían por su singularidad pocos fueron los que notaron su ausencia. Hoy se sabe que se llamaba Sófocles, nombre de origen griego que portan aquellos con fama por su sabiduría. Su lápida, emplazada a un costado del Pabellón 2 de cara al río, reza una leyenda elegida por voto popular: “Supo mucho, hizo poco”.

jueves, 26 de noviembre de 2009

I Reunión de Biología Evolutiva del Conosur: reflexiones de un colaborador




Lejos de ser un erudito del marxismo, una frase del pensador alemán Karl Marx se hace presente constantemente en mi cabeza: “el hombre encuentra su lugar en el trabajo, y fuera de éste se siente alienado.” Esta oración resume uno de los conceptos inculcados hace varios años mientras cursaba Sociedad y Estado, asignatura del Ciclo Básico Común.

Decidí comenzar con este recuerdo porque mucho tiene que ver con lo que experimenté durante la I Reunión de Biología Evolutiva del Conosur, que a lo largo de los primeros tres días de esta semana se llevó a cabo de forma integra en el Pabellón 2 de Ciudad Universitaria. Conceptos y personalidades varias desfilaron por el Aula Magna, que sin lugar a dudas aportó todo su misticismo para hacer aún más grande lo que allí adentro estaba ocurriendo, pero lo que yo rescato de todo el proceso es la experiencia humana.

Mis compañeros y yo, los denominados colaboradores, nos ofrecimos voluntariamente a ayudar en lo todo que fuera necesario, siempre que estuviera a la altura de nuestras aptitudes. Claro estaba que no habría paga y creo hablar por cualquiera de nosotros al decir que tampoco la esperábamos. Nuestro premio consistía en un certificado de asistencia al congreso, el primero para quien les cuenta, y la posibilidad de acceder gratuitamente al catering contratado por los organizadores.

Sin embargo, la mayor de las remuneraciones llegó una vez que la Reunión dio comienzo. El sentirme parte de algo tan importante me llenó de orgullo, y aunque las tareas a realizar parecieran de lo más triviales éstas eran tomadas como algo fundamental, que debían efectuarse de la mejor forma posible. Desde el primer minuto del congreso dejé de sentirme un colaborador para pasar a sentirme uno más de ese gran grupo que estaba por detrás de este importante acontecimiento. Pero el cambio de mentalidad no fue propio sino inducido por aquellos que sin importar el rango que ocuparan lograron hacernos sentir iguales a ellos, tan importantes como cualquiera de las otras patas que sostenían la mesa.

No voy a citar nombres ni frases específicas, pero debo decir que la actitud de los organizadores, y la aún más sorprendente de algunos conferencistas, de integrarnos a la experiencia como parte vital de la misma es el pago más grande que podríamos haber recibido. De ninguna manera cambiaría dinero por la calidez humana y el compañerismo vivido durante los últimos días. En la I Reunión de Biología Evolutiva no hubo rangos ni jerarquías, hubo un grupo humano que llevó adelante este exitoso encuentro enmarcado en el contexto del denominado año Darwin.

Retrotrayéndome al comienzo de este texto, no hay situación donde el hombre se sienta más a gusto consigo mismo que cuando participa activamente en algo. Lo que realicé durante los días lunes, martes y miércoles podría no ser considerado como trabajo pero el razonamiento seguiría siendo válido. Con el congreso ya finalizado, estoy complacido por el objetivo cumplido y disfruto del descanso mientras paradójicamente me siento alienado, añorando la rápida aparición de un nuevo proyecto del que formar parte para volver a sentir la adrenalina que aún corre por mi sangre, pero que a medida que las horas pasan se vuelve cada vez más imperceptible.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Iruya y la esencia del fútbol




A comienzos de este año disfruté de días imborrables en el norte argentino. Allí conocí gente nueva y descubrí paradisíacos lugares que quedaran grabados en mi memoria. Sin embargo, también me encontré con gente conocida y cotidiana con la que acostumbraba toparme en los pasillos de Ciudad Universitaria. La conexión del siguiente texto con el tema del blog puede ser la más tenue hasta ahora, pero me tomo la licencia para subir este escrito porque creo que es interesante y debido a una escasez de tiempo para escribir cosas nuevas. Aprovecho también para recordar a la comunidad que los días lunes 23, martes 24 y miércoles 25 de noviembre se desarrollará, íntegramente en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, la I Reunión Evolutiva del Cono Sur, una de las razones por las que no he podido sentarme a producir cosas que merezcan ser compartidas. Todos los estudiantes de la facultad tienen entrada libre y gratuita. Ahora sí, los dejo con la nueva entrada:

El fútbol es fútbol desde Ushuaia hasta La Quiaca, diría cualquier argentino. Y en ese camino que une polos opuestos de Argentina se encuentra Iruya, un lugar ideal para recuperar nuestra escencia y la del fútbol.

A más de 2700 metros sobre el nivel del mar, este pueblo salteño de tan sólo mil habitantes y edificación colonial, es una isla en el mar de la globalización. Porque este es uno de los recovecos donde la industria del deporte no ha teñido de matices grises y faltos de vida al colorido fútbol de potrero, al juego en su estado más puro.

“A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí”, explica Eduardo Galeano, un autoproclamado mendigo del buen fútbol, en su libro “El fútbol a sol y sombra”.

El escritor uruguayo está en lo cierto y es justamente por eso que aquellos postes blancos, emplazados en un rectángulo de tierra que se eleva a lo lejos en una de las estrechas, empedradas y empinadas calle de Iruya, toman significante importancia.
No es el estadio Maracaná, donde aún se oyen los llantos del público brasileño por la final perdida en el Mundial del 50, ni tampoco el mítico estadio de Wembley donde suena todavía el griterío del Mundial del 66 que ganó Inglaterra, como dice Galeano, pero es una cancha de fútbol, bella por naturaleza propia.

En gradas improvisadas detrás de cada arco aguardan su turno para jugar los otros dos equipos que conforman el cuadrangular. La pelota rueda cada vez menos visible a medida que la luz del día se esfuma. Quienes esperan seguramente no podrán jugar este día, pero gozan viendo un fútbol falto de intereses y lleno de alegría, que no es poca cosa.

El ballet de ilusiones en su máxima expresión: los delanteros sueñan con hacer el gol que le dé la victoria a su equipo, el arquero sueña con tapar ese penal que le permita quedar en la historia de este potrero y los defensores añoran salir jugando como lo hacía Perfumo en el Racing del 66.

Es cierto, el negocio del deporte (¿o el deporte del negocio?), ha pisado firme y ha convertido al fútbol en un show a escala mundial que cada día se aleja más de la fantasía, la desfachatez y la alegría que componen su esencia, para ser pura velocidad y fuerza, combinado con el miedo a no hacer el ridículo frente a todo el mundo.

Sin embargo, al ver esa cancha, a más de 2700 metros sobre el nivel del mar, rodeada de montañas en medio de la nada misma, le hace a uno pensar que no todo está perdido y, que en las entrañas de un país tan futbolero como Argentina, todavía yace el espíritu sagrado del deporte más hermoso del mundo.

martes, 17 de noviembre de 2009

Historias del destierro: el pianista y el profesor




Los oídos le zumban a causa del estruendo, y el polvo que en el aire flota le da un aspecto canoso a su pelo oscuro. La bomba ya explotó en las inmediaciones de la Radio Polaca y obligó a detener la majestuosa interpretación del Nocturno en do sostenido menor de Chopin. Varsovia, Polonia, 23 de septiembre de 1939.

El cuero cabelludo abierto por el duro golpe del bastón de quien es viril sólo cuando la placa lo avala y el pelo aglomerado como paja de escoba por la sangre reseca, que tiñe de un negro violáceo su cabello marrón. La clase sobre moluscos fue interrumpida por tiempo indeterminado. Buenos Aires, Argentina, 28 de junio de 1966.

Las tropas alemanas invaden Polonia y marcan el inicio de una humillación y un sufrimiento de seis años calendario, pero de eterna duración en la memoria y en el corazón de la comunidad judía. El pianista sufre el exilio en tierra propia, separado del resto de la ciudad por un muro que marca los límites del Gueto de Varsovia, nefasto hogar de los hebreos, plagado de miseria, de pobreza, de enfermedades y de sangre derramada. Allí se convertirá en un gestor más del gran levantamiento de 1943 al ingresar al Gueto armamento escondido en bolsas de alimento.

El cogobierno de estudiantes, docentes y graduados se opuso a la decisión del presidente de facto de intervenir las universidades, lo que devino en el brutal desalojo. Las fuerzas policiales, que desde el derrocamiento de Arturo Illia y la llegada de Juan Carlos Onganía al poder se encontraban bajo mandato militar, reprimen despiadadamente en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Nadie lo forzó al exilio pero le marcaron claramente el camino: el profesor emigró a Venezuela, donde lo recibieron con los brazos abiertos. Allí vivió un destierro paradójico, trabajando y disfrutando de la calidez humana y costera del Caribe, pero alejado de su tierra natal, de sus amistades y de su vida pasada.

Sin su familia, que tiempo atrás pasó a engrosar la lista de muertos en los campos de concentración nazis, el pianista escapa de su confinamiento en el Gueto y se recluye, gracias a la ayuda de viejas amistades, en el lado prohibido de Varsovia. Desde la ventana de su departamento clandestino observa cómo las fuerzas teutonas logran vencer, tras meses de combate, la resistencia judía de la que no llegó a formar parte activa. La guerra termina, los alemanes son derrotados, la Unión Soviética libera Polonia y el músico vuelve a ver la luz. El Nocturno en do sostenido menor de Chopin vuelve a sonar en el remodelado edificio de la Radio Polaca, igual que hace seis años, distinto que hace seis años.

Con una familia formada emprende el regreso a Argentina, donde Raúl Alfonsín ganó las elecciones presidenciales y la vuelta a casa es ahora segura. La Universidad lo espera y el profesor responde a su llamado. Su cargo es restituido, y la lección sobre moluscos se retoma en el punto donde había sido interrumpida cuando los militares tomaron la facultad; debía terminar lo que veinte años atrás comenzó. La misma clase, otra clase.

El pianista: Wladyslaw Szpilman
El profesor: una de las historias posibles para cualquiera de los más de 200 científicos que, tras la noche de los bastones largos, emigraron a Venezuela, Chile, Estados Unidos y Europa, entre varios de los destinos elegidos, en el sentido más restringido de la palabra.

sábado, 14 de noviembre de 2009

De Malasia a Sudáfrica, con escala en Uruguay




Lo que van a leer a continuación fue escrito durante la mañana del día que Argentina debía jugar con Uruguay, en Montevideo, para cerrar las Eliminatorias y definir su clasificación al Mundial de Sudáfrica 2010.

Tenía once años cuando vi un partido que me marcó a fuego para siempre. El 5 de julio de 1997 el seleccionado sub 20 de José Pekerman venció al combinado de Uruguay en la final del Mundial Juvenil de Malasia. Aquella noche asiática, mañana argentina, comenzó algo difícil de explicar, como una mezcla de amor por el fútbol y de identificación personal con un grupo de personan hasta ese momento ajenas a mi vida.

Imposible olvidar el tempranero gol uruguayo, la camiseta charrúa de un rojo furioso, el rápido empate de un Esteban Cambiasso por ese entonces joven y de frondosa cabellera, y el gol de la victoria de Diego Quintana, ese petizo, sagaz y habilidoso delantero que luego desaparecería tristemente de los primeros planos del fútbol mundial, con una itinerante trayectoria que hoy lo deposita en el Skoda Xanthi FC de Grecia.

Casi una década más tarde, varios de los jugadores que habían estado en esa final fueron integrantes del plantel argentino que viajó al Mundial de Alemania 2006. Ese equipo era conducido por Pekerman, quien había llegado a la selección mayor respaldado por sus tres títulos mundiales juveniles. Como se esperaba, confió plenamente en aquellos futbolistas que ya había tenido bajo su ala.

Juan Román Riquelme, Pablo Aimar, Esteban Cambiasso, los tres campeones en Malasia 1997, junto con Javier Saviola y Maximiliano Rodríguez, quienes también habían alcanzado la gloria mundial en Argentina 2001, eran algunos de los futbolistas que tras deslumbrar como juveniles habían alcanzado el primer equipo nacional. Dicha selección tuvo grandes momentos de juego y otros muchos de zozobra, pero la presencia de tantos de aquellos nombres que me habían marcado durante mi infancia y mi adolescencia creaba una fe ciega, más allá de lo que sucediera dentro del campo.

El sueño se rompió en cuartos de final, ante el local y por una angustiosa definición por penales. Viví el partido en el Aula Magna de Ciudad Universitaria, tan llena de gente como de ilusión estaba mi corazón. Aquel revés fue el más duro de soportar, mucho más arduo que la eliminación en primera ronda de Corea-Japón 2002: había crecido disfrutando de esa generación de jugadores, identificándome con ellos.

Hoy a las siete de la tarde, Argentina enfrentará a Uruguay en el cierre de las Eliminatorias para el Mundial de Sudáfrica 2010. La clasificación depende del resultado de este encuentro y el seleccionado nacional llega disminuido, desprestigiado y con un nivel de juego pobrísimo. Esta vez la fe está lejos de ser ciega.

Nuevamente miraré el partido rodeado de conocidos en la sede que la Universidad de Buenos Aires tiene a orillas del Río de la Plata. En la orilla de enfrente, otra vez el rival de un partido decisivo será Uruguay. Esperemos que entre tantas coincidencias, el resultado que hoy vuelva a marcarme sea uno que deposite a Argentina en el continente africano.

Finalmente, esa noche Argentina clasificó al Mundial 2010 tras vencer a Uruguay por 1 a 0 con gol de Mario Bolatti, uno de los jugadores que Diego Maradona puso en cancha en el segundo tiempo para resguardar el empate en cero. El desarrollo del partido fue chato y aburrido y hasta daba vergüenza ver que la selección argentina no atacaba sino que, desafiando y contradiciendo lo que su historia enseña, esperaba en campo propio los tibios e intrascendentes ataques de un conjunto uruguayo que tampoco hizo mucho para ganar. Más tarde, con los pasajes a Sudáfrica en el bolsillo, llegaría el exabrupto de Maradona, sus insultos a los periodistas y un lamentable nuevo capítulo de la larga historia “Diego tiene todo permitido”.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Sapos, hadas y tests de embarazo




En los cuentos de hadas, el sapo se convierte en príncipe con el beso de la amada, pero nada dicen éstos sobre los batracios como medios para probar embarazos.

Hace mucho tiempo atrás, quizás no tanto, un caballero de la Orden Imperial Médica de Buenos Aires ideó un singular método que permitía a las doncellas de la sociedad saber si estaban esperando un regalo del Señor, del señor con el que habían tenido relaciones sexuales obviamente. Aquel sistema consistía en inyectar a anuros machos la orina de mujeres potencialmente grávidas y observar si esto estimulaba la producción de espermatozoides, lo que era considerado como una señal positiva.

Como los rumores se propalan rápidamente, la técnica comenzó a ser utilizada por los demás territorios del continente latinoamericano y recibió el nombre de su creador, Carlos Galli Mainini, médico argentino quien en 1947 publicó El diagnóstico del Embarazo con Batracios Machos, que contó con un prólogo de Bernardo Houssay.

Durante el embarazo, las células de la placenta producen la hormona gonadotropina coriónica humana (HCG) que finalmente llega a la orina y puede ser detectada por el tan conocido Evatest. Si bien hoy las dos rayitas marcan el resultado positivo y varias décadas atrás había que observar la producción de esperma anfibio, ambos métodos se apoyan en la detección de la HCG para la diagnosis temprana de la preñez.

lunes, 9 de noviembre de 2009

El muro universitario



El muro dividía dos pensamientos, dos formas de vida, dos pabellones. A un lado se erguía la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales y al otro la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo. Los colectivos que a Ciudad Universitaria entraban habían sido pintados con colores distintivos para que las etnias no se mezclaran. Antes de pasar por el macizo portón de metal, que incrustado en el muro constituía la única vía de comunicación entre los edificios, los oficiales de seguridad subían y registraban mochilas y bolsos en busca de algún intruso. Los autos particulares debían llevar una oblea identificadora y también eran detenidos para que sus baúles fueran revisados.

Nadie sabía con exactitud cómo se había llegado a tal situación. Algunos comentaban que el problema yacía en un viejo y fuerte enfrentamiento entre los decanos de las facultades, mientras que otros argumentaban que se trataba de una iniciativa de los mismos estudiantes y profesores.

La Universidad de Buenos Aires, lejos de mediar en el conflicto, decidió llamar Ciudad Universitaria Oriental al pabellón iluminado, repleto de maquetas y ploteos, y Ciudad Universitaria Occidental al lugar oscuro, de los científicos locos y de los pizarrones llenos de fórmulas.

La división fomentó el crecimiento de los estereotipos y el rencor de algunos hacia el sector del otro lado del muro, pero la mayoría de los que vivían a diario la situación comenzó a repudiar el telón de acero.

Finalmente, tras veinte años de segregación, estudiantes de ambas partes se unieron para destruir la barrera. Los interminables festejos siguieron por varios días y noches, con bandas invitadas y discursos unificadores. Había motivos de sobra para celebrar: Ciudad Universitaria había vuelto a ser una sola y los estudiantes, más juntos que nunca, recuperaron su identidad colectiva de universitarios, a la luz de la que todos son iguales.

Hoy se cumplen veinte años de la caía del Muro de Berlín que separó, desde el 13 de agosto de 1961 hasta el 9 de noviembre de 1989, las porciones democrática y federal de Alemania. Con esta fábula celebro un nuevo aniversario de uno de los acontecimientos más importantes de la historia mundial.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Cuando comenzar la semana es más difícil de lo normal: manifestaciones y egocentrismo




Aclaración: el siguiente texto fue escrito hace un buen tiempo, una mañana de un lunes complicado por los cortes en Panamericana y el mal servicio de los trenes. En aquel momento el blog no existía, pero esta opinión surgió al tratar de vincular una noticia de aquel día con el tema de este espacio.

Los lunes siempre son complicados. Comenzar la semana con frío y con cinco días por delante, para los afortunados que no trabajan o estudian los fines de semana, no es algo con lo que se sueñe los domingos por la noche. Sin embargo, la situación puede empeorar: lo que el abrigo y un poco de esfuerzo mañanero pueden emparchar, queda disminuido a una simple molestia cuando los recurrentes problemas con los medios y las vías de transporte aparecen.

Hoy por la mañana, minutos antes de las siete, una nueva manifestación, relacionada con el despido de 160 trabajadores de la empresa estadounidense Kraft, se hizo presente en la ruta Panamericana. El grupo integrado por obreros, estudiantes universitarios y diversas agrupaciones de izquierda decidió cortar totalmente la frecuentada autopista y dejar como única alternativa, para quienes día a día la recorren, los reducidos carriles de la colectora o el desvío a caminos diferentes. Como se esperaba, la autovía colapsó.

¿El fin justifica los medios? Pregunta vieja y repetida si las habrá. Creo que la respuesta es no. La causa en este caso es justa: la reincorporación del personal recortado luego de que la ex Terrabusi pasara a manos extranjeras. Las dudas surgen cuando se analiza los medios utilizados para elevar la voz, para no permanecer callados y con la cabeza gacha.

Las miles de personas que esta mañana llegarán tarde a sus respectivas obligaciones, con posibilidades concretas de perder el premio por presentismo en sus empleos, y que sufrirán el fastidioso estrés que causan los problemas de tránsito, no tienen la culpa de lo acontecido; aunque lo correcto es solidarizarse con la causa, lo ideal sería no sufrir daños colaterales.

“¿Por qué provocarle problemas laborales a otras personas cuando conozco de cerca lo que es tener uno?”, es lo que a menudo pienso cuando trato de ponerme en el lugar de un manifestante. Seguramente lejos estoy de hacerlo, pero creo que el cuestionamiento es válido.

Paralelamente al caos vial que en la Panamericana se vivía, los sufridos pasajeros de los Trenes de Buenos Aires (TBA) del ramal que une las estaciones José León Suárez y Retiro volvían a padecer cancelaciones del servicio sin previo aviso. A las demoras que esto evidentemente ocasiona, es necesario sumarle las condiciones en las que se debe viajar en la siguiente formación.

Cuando el tren arriba a la estación, ahora lleva a bordo a los pasajeros que siempre toman ese servicio y a los que esperaban el cancelado, limitando ampliamente el lugar vacante para el resto de los perjudicados que intentan viajar. Quien vive la situación de cerca sabe que TBA cuenta con escasos trenes nuevos y de mayor capacidad por lo que, si la siguiente formación se trata de una de las viejas y reducidas en espacio, subir se vuelve una utopía y las demoras se acrecientan.

Vivimos en un país que se caracteriza, entre tantas otras cosas, por la mala costumbre de su pueblo, cansado de reclamar. Es por eso que manifestaciones como la de los trabajadores despedidos por Kraft deben realizarse, para demostrar que aquí estamos y para comenzar a ser cada vez menos sometidos. Hay que cortar con el mal acostumbramiento a los problemas, dejar de acatar decisiones que nos perjudiquen sólo porque vienen de un sector superior al nuestro.

No obstante, es necesario saber que la libertad de uno termina donde comienza la del otro. Cuando el reclamo de un grupo se interpone con las prioridades de otro, el problema se traslada al seno de una sociedad que se separa cada vez más y que, en definitiva, terminará constituida por sectores que sólo se preocuparán por sus propios problemas, haciendo de la solidaridad por la causa ajena algo onírico.

Pocos días atrás le comenté a una compañera de la facultad, perteneciente a una agrupación de estudiantes y vinculada con el Partido Comunista Revolucionario (PCR), la opinión que aquí expresé. Ella remarcó que la situación de los trabajadores de Kraft sólo se hizo conocida cuando comenzaron los cortes, cuando se molestó a alguien. Es innegable que tiene razón y que el sistema parece funcionar de esa forma, pero esto no implica que el método no sea incorrecto.

Lamentablemente no estoy proponiendo una solución o alternativa porque la desconozco. Únicamente quiero plantear las contradicciones que me surgen cuando veo este tipo de protestas y la preocupación por una mayor separación de los sectores de la sociedad, enfrentados por intereses cada vez más contrapuestos.

jueves, 5 de noviembre de 2009



Norberto el Beto Alonso fue el protagonista de la tapa de El Gráfico del 30 de abril de 1975. La elección de esta portada no es casual, ya que ese año River Plate quebraría una sequía de 18 años sin títulos tras su primer tricampeonato de 1955, 1956 y 1957. Sin embargo, hay una historia subyacente a esta edición de la popular revista deportiva y ésta la que hoy nos interesa.

Aquel día de finales de abril se cumplían 70 años del debut oficial de River tras su afiliación a la Asociación Argentina a comienzos de 1905. En su bautismo competitivo, el club de Núñez, por ese entonces ubicado en la Dársena Sur del puerto de Buenos Aires, cayó por 3-2 con el equipo de la Facultad de Medicina en un partido de la Tercera División.

Esa tarde la defensa de los Millonarios sufrió los habilidosos movimientos de un escurridizo delantero que marcó dos de los tres goles de su equipo. El atacante era un estudiante de Medicina que 42 años después recibiría una importante distinción. Sí, el goleador que le dio el triunfo a su equipo frente al incipiente River era Bernardo Houssay, quien en 1947 sería premiado con el Premio Nobel por sus descubrimientos sobre el rol de la hipófisis anterior en la regulación de la cantidad de glucosa en sangre, conocida como glucemia.

Sorprendente, ¿cierto?

martes, 3 de noviembre de 2009

¿Poirot en Ciudad Universitaria?



Dichoso se sentiría Hércules Poirot si pudiera tomar el primer vuelo que lo trajera directamente de Bélgica a Argentina, más precisamente a las inmediaciones de Ciudad Universitaria. El famoso detective, producto de la imaginación y de la pluma de la escritora inglesa Agatha Christie, estaría ansioso por resolver el crimen del ciudadano tailandés que ocurrió el miércoles 28 de septiembre en Costanera Norte.

En la madrugada de aquel día, Nanami Kataoke fue asesinado en un playón frente a Ciudad Universitaria y aledaño al restaurante Los platitos. La Policía encontró el cuerpo tendido boca a bajo y con cuatro disparos:uno en la frente, otro en una de sus orejas, un tercero en el pecho y el último en el abdomen. Lo curioso del hecho es que la víctima tenía puesto un par de guantes de látex.

El hombre no tendría familia en el país y desde su llegada el 19 de octubre se hospedaba en un hotel de Palermo, donde los agentes secuestraron documentación y una computadora personal en busca de datos esclarecedores.

La principal hipótesis es el crimen mafioso, pero aún no se descartan otras posibilidaes. El caso pareciera estar hecho para el detective belga, lástima que la fallecida Christie no pueda brindarnos una nueva entrega de sus aventuras, como podría ser Poirot viaja a Ciudad Universitaria. Si el prestigioso Poirot viniera a Argentina no sólo resolvería el crimen, sino que con seguridad tampoco desaprovecharía la oportunidad para comer los mejores choripanes de la costanera.

Aclaración:El asesinato y todo lo referido al mismo, como el lugar donde el cadáver fue hallado y las condiciones en las que se encontró, son verídicas.

sábado, 31 de octubre de 2009

El día en el que el ciego fui yo




Lo recuerdo a la perfección. Sucedió una mañana del año 2006, cuando iba camino a uno de los tantos maratónicos días que el estudiante de Biología pasa en Ciudad Universitaria. En aquel momento, el servicio semirápido de la línea 28, aquella que conecta el Puente La Noria con la emblemática sede de la Universidad de Buenos Aires, aún costaba $1,40. Parecía caro, pero los $2,20 actuales, consecuencia de dos “tarifazos” consecutivos en menos de un año, hacen que el bolsillo extrañe los viejos tiempos.

Cuando el colectivo llegó a Puente Saavedra, una de las últimas paradas del recorrido, un hombre subió con lo ojos cerrados y un bastón blanco, asistido por otro cuya visión podía no haber sido perfecta pero al menos allí estaba. Tras mostrar un pase que lo eximía de abonar el viaje, se sentó en uno de los primeros asientos.

No sé si habrá sido el hecho de que aquel pasajero vestía la indumentaria oficial completa de la selección argentina de fútbol, o mi fanatismo por los deportes lo que hizo que aquella cara me resultara conocida. Resultó ser que estaba compartiendo el colectivo con el mejor jugador de fútbol sala para no videntes: Silvio Velo.

Días antes de ese encuentro, el jugador de Los Murciélagos se había consagrado campeón en el Mundial realizado en Buenos Aires, defendiendo así el título conseguido cuatro años antes en España, y ahora estaba allí, tan cerca de mí.

Quería acercarme y felicitarlo. Felicitarlo por esos logros como así también por la medalla de plata en los Juegos Paralímpicos de Atenas 2004, pero sobre todo por su esfuerzo y por su perseverancia. Deseaba poder transmitirle mi admiración y decirle que era un ejemplo para aquellas personas que creen que la vida termina donde la discapacidad comienza.

No lo hice. Supongo que mi vergüenza me lo impidió. Hoy todavía pienso que no tenía nada de que avergonzarme ni que perder. Velo no hubiera podido conocer y recordar mi cara y, aún así, no me animé.

Dos años después, jugadores de la selección argentina de fútbol para no videntes visitaron la escuela de periodismo donde estudio desde el 2008. Silvio Velo no pudo estar, pero al menos fui parte de un estruendoso y generalizado aplauso de reconocimiento para estas personas que día a día asombran por sus capacidades. Sin embargo, todavía recuerdo aquella oportunidad perdida arriba del 28. No olvido el día en el que el ciego fui yo.

Presentación oficial




En este espacio llamado Historias exactas y naturales encontraran textos de diversos estilos que siempre en algún punto, a veces imperceptible, se conectan con mi vida cotidiana en Ciudad Universitaria. Desde el 2005 pasé mañanas, tardes y noches en la sede junto al Río de la Plata, la que se ha transformado en una parte esencial de mi vida. Es por eso que decidí llenar este hueco cibernético con reflexiones, historias verdaderas e inventadas, curiosidades y hasta noticias que se vinculan con este lugar tan significativo para mí. Espero lograr sorprenderlos, hacerles reír e identificarse con lo que aquí lean, sin importar dónde y qué estudien.

!Que lo disfruten!