viernes, 5 de marzo de 2010

A.D.N. TNT




Cerró los ojos y meneó la cabeza esperando que aquellos pensamientos salieran por sus oídos pero no, era imposible deshacerse de ellos. Los recuerdos se arremolinaban en su mente y su subconsciente imploraba por salir a la luz. No había manera de reprimir sus deseos de sangre y quien estaba en la mira no hacía las cosas más simples. Dejó a un costado el rifle y se recostó sobre los no más de 50 centímetros de cemento que levantados sobre el piso de la terraza le indicaban a uno el comienzo del abismo. “Es trabajo”, pensó mientras buscaba las indicaciones que había escrito en el reverso de la tarjeta que la desnudista le había entregado una vez finalizada su actuación, con su cintura atiborrada de billetes, la noche anterior a recibir aquel llamado. “Bartolomé Mitre es un tipo afortunado”, había pensado al tiempo dejaba atrás el tugurio porteño, deseoso de posar sus manos en la cintura de la bailarina para disfrutar de lo mismo que el inanimado prócer de papel tenía en un primer plano. Ese cuerpo sinuoso y aceitado le nubló los pensamientos y estuvo a punto de olvidar su cometido para dar rienda suelta a su imaginación. Los aplausos y los gritos lo despertaron de su erótico sopor y retomó su tarea: tomó el rifle con la mano derecha, apoyó el cañón sobre la palma de la mano izquierda, y utilizando el codo zurdo como soporte sobre aquellos 50 centímetros de concreto se preparó para disparar.

El panorama era poco alentador; aquel fragor que lo había obligado a volver a su rutina provenía de un grupo de estudiantes que festejaban la graduación de alguno de sus compañeros. El agasajado estaba cubierto de harina, de huevos y de trozos de papel picado. En cualquier otra situación hubiera estado gustoso de bajar de la terraza de Ciudad Universitaria para unirse a los festejos y revivir su propia graduación: ese día, inmerso en una catarata de salsa de tomate, fue cuando sintió por primera vez el deseo de cubrir su cuerpo con la sangre ajena. Ese día se dio cuenta que Adrián Damián Nicanor Trinitrotolueno no había llegado al mundo para ser biólogo, sino para matar, para “limpiar” como le gustaba decir a él cuando le consultaban acerca de su profesión. TNT escrutó el campo y maldijo en su interior. Había perdido la oportunidad del disparo limpio y certero mientras soñaba despierto con la bailarina y ahora debía efectuar un tiro difícil, para evitar herir inocentes y acabar sólo con la víctima por la que recibiría su cheque. Rápidamente repasó en su táctica materia gris las dos veces en las que todo había salido mal, aquellas dos oportunidades donde también habían muerto algunos inocentes por una falla mínima en los cálculos. Eran sus primeros días en el rubro, y un exceso en el explosivo con el que debía volar el aula Burkart, para evitar que el temeroso y arrepentido estudiante que lo había contratado tuviera que exponer su tesis de licenciatura, se cobró a algunos familiares y amigos del cliente, a quién TNT creyó de buen hombre no cobrarle lo acordado y sólo acepto una paga mínima del 10% de lo estipulado. La otra ocasión, decidió no recibir dinero alguno cuando el Doctor que había requerido sus servicios había sido la única víctima en sus intentos por impedir un concurso para jefe de trabajos prácticos en un departamento que no podía recordar.

Quitó el seguro y posicionó su ojo derecho en la mira del rifle mientras entrecerraba el izquierdo como le habían recomendado hace ya varios años. Ubicó al objetivo en el centro, allí donde se cruzan las dos líneas perpendiculares. La intersección le marcaba el camino a seguir, pero no era capaz de indicarle cómo evitar los cráneos que se interponían en la marcha del proyectil. La encrucijada invocó en él la grotesca imagen de un trozo de cerdo y uno de pollo, separados por una rodaja de cebolla y un furioso morrón, todos atravesados por la impecable punta de la varilla de madera. Dejó de lado la metáfora y decidió que no tenía otra alternativa más que usar alguno de sus artilugios.

Inclinó el cuello a ambos lados haciendo chasquear sus cervicales, se quitó el oscuro pelo negro de la frente y tomó una gran bocanada de aire. Debía evitar cualquier error durante la ejecución ya que el más mínimo desvío podía traducirse en una masacre, y la respiración podía provocar dicho error. Disparó. Disparó al mismo tiempo que retiraba el rifle en diagonal, desplazándolo hacia la izquierda y hacia arriba, enseñándole a la bala el camino que debía seguir. El proyectil marcó una trayectoria no recta sino más bien curva, esquivando por la derecha al grupo de estudiantes que ensalzaban al recién recibido para cerrarse con un brusco giro hacia la siniestra. El apoteótico disparo cortó algunos pelos rubios de una joven que, con seguridad, percibió con sorpresa el olor a cabello chamuscado, y fue a incrustarse de forma sublime en el entrecejo del objetivo. Impulsado por el impacto, como si un gigante lo hubiera golpeado con el dedo índice antes retenido en la yema del pulgar, el objetivo sobrevoló dos metros de césped y aterrizó de espaldas. Sus ojos apuntaban al cielo, no así su mirada, inexistente: la mirada necesita vida, algo que ya no había en aquel cuerpo.

El revuelo fue instantáneo: corridas, gritos, llantos y pedidos de ayuda decoraron la escena. TNT desarmó el rifle, guardó las partes en el maletín y se puso de pie. Marcó el teléfono del cliente en su celular y sólo pronunció una palabra: “Hecho”. Bajó silbando las escaleras que lo llevaban al cuarto piso y allí esperó el ascensor. Compartió el descenso con gente que histéricamente le consultaba sobre lo sucedido, desesperados por obtener información. No tan desesperados como para bajar corriendo por las escaleras en ves de esperar el ascensor, pero inquietos al fin. Salió por el subsuelo, atravesó la cochera y vislumbró el bar frente al Pabellón 3. No pudo resistir la tentación y se dirigió hacia allí. El clima era agradable así que se sentó afuera y comenzó a beber su cerveza esperando que llegara su pizza. “Cada vez más finita”, pensó mientras la dejaban en su mesa.

El suceso fue tapa de todos los diarios. Al parecer, un hecho curioso recaía sobre la bala. Los forenses habían explicado a los cronistas que el proyectil no tenía las típicas marcas que se impregnan en éstos al atravesar el cañón del arma, sino que el misma se encontraba firmado. “Autografiado”, corrigió mentalmente TNT mientras leía la nota. “ADN TNT” brillaba sobre el plomo. Una lágrima rodó por su mejilla derecha. Estaba conmovido, sensibilizado. “Que tiro tan hermoso”, susurró mientras se quitaba la lagrima con el dorso de su mano izquierda.