martes, 1 de diciembre de 2009

Sófocles el conocedor





“¿Quién dijo que el conocimiento no ocupa lugar?”, se preguntó de forma retórica, aunque tampoco había nadie para responderle. Estaba solo, como de costumbre. La lluvia repiqueteaba contra las ventanas de la biblioteca silenciosa, despoblada y sumida en un sigilo profundo sólo interrumpido por los truenos que parecían quebrar el cielo. Eran la once de la noche y la facultad dormía mientras en sus entrañas él seguía con su vigilia permanente, estudiando sin descanso.

Algunos lo tildaban de egocéntrico porque vivía mirándose el ombligo, literalmente. Lo que esas personas desconocían era que su condición no era facultativa, sino más bien obligada. El peso de su cabeza había vencido la resistencia de sus vértebras cervicales y su cuello pendía flácido hacia delante, incapaz de alzar el cráneo. Podía sentir cómo su pera entraba en contacto con el esternón; cada nuevo concepto aprendido hincaba más su mentón, que amenazaba con atravesarle el pecho y le producía un dolor ya casi intolerable.

El saber acumulado era tanto que los libros debían estar sobre su regazo para poder ser leídos. La alternativa era apoyar los textos sobre la mesa y alzar la vista, pero la posición se tornaba cansadora tras varios minutos de lectura sostenida y él necesitaba leer por tiempos prolongados, había mucho más por conocer aún.

Su cabeza estaba llena de conocimientos que sin duda ocupaban lugar. Rara vez se lo veía caminando por los pasillos de la universidad, arrastrando los pies y pegado contra la pared para no chocar con alguien, dada su incapacidad de mirar hacia el frente. Nunca se lo vio hacer uso de todo lo que aprendió, aplicar algo de lo mucho que conocía. Quizás si hubiera volcado algo de todo ese saber en un trabajo, el lastre habría disminuido y el final de la historia sería otro.

A mediados de este año, personal de limpieza lo encontró en su posición habitual, con la cabeza colgando hacia abajo y con un libro en las piernas, pero con los ojos cerrados y los brazos inmóviles a los costados del cuerpo. Algunos comentan que tenía más de dos días en esa posición, pero que nadie notó algo fuera de lo normal.

No tenía amigos y si bien todos lo conocían por su singularidad pocos fueron los que notaron su ausencia. Hoy se sabe que se llamaba Sófocles, nombre de origen griego que portan aquellos con fama por su sabiduría. Su lápida, emplazada a un costado del Pabellón 2 de cara al río, reza una leyenda elegida por voto popular: “Supo mucho, hizo poco”.

3 comentarios:

Stephie Ferrón dijo...

es la primera vez que entro, LA VERDAD MUY BUENO EL BLOG PABLO

Unknown dijo...

Felicitaciones por la propuesta!
Muy interesante, este y otros articulos. La seleccion de temas es muy buena y la redaccion agil e entretenida. Me sorprendio la historia del premio nobel goleador.
Patricio Solari

Unknown dijo...

MUY bueno Pablo, te felicito!

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